Todo comenzó cuando me mudé a mi nueva
casa. Sí, es un poco trillado. Créanme, lo sé, pero es lo que pasó.
Nunca había experimentado nada sobrenatural antes y, aunque tenía
interés por ello, nunca esperé que realmente me sucediera algo.
Conseguí rentar la casa a un muy bajo
precio. No le di importancia porque era una casa vieja, ni tampoco
estaba ubicada en el mejor de los vecindarios, así que supuse que era un
buen trato. Luego de trasladar mis cosas, todo marchó bien por un
tiempo.
No recuerdo cuándo fue exactamente que
comenzó porque para ese tiempo no era nada grave. A veces dejaba la luz
de la cocina o del baño encendida y al volver la encontraba apagada.
Sinceramente, pensaba que tan sólo me había olvidado de que la había
apagado antes de irme. Luego de un tiempo comenzó a intrigarme, y empecé
a dejar una que otra luz encendida deliberadamente. A veces, nada
sucedía. A veces, encontraba las luces apagadas cuando regresaba.
Para ese momento ya pensaba que algo
andaba mal. No estaba asustado, sino confundido. Pensaba que quizás le
pasaba algo a la corriente eléctrica. Comencé a dejar luces encendidas
con mayor frecuencia porque creí que me ayudaría a identificar el motivo
por el que se apagaban aleatoriamente. Entonces la situación tomó un
curso distinto.
La primera vez que recuerdo que pasó algo
extraño fue cuando dejé encendidas la luz de la cocina y de la sala
antes de ir a dormir. Esa noche fui despertado por un gruñido profundo y
estrepitoso que provenía de la cocina. Recuerdo que desperté creyendo
que había algún animal en la casa. Desde mi cuarto se puede ver al final
del pasillo la sala que está al lado de la cocina; noté que la luz en
la sala se había atenuado, como si alguien hubiese apagado el
interruptor de la cocina. Se escuchó otro gruñido, esta vez desde la
sala, y casi grito al creer ver algo al final del pasillo antes de que
la luz de la sala se apagase; aunque no pude distinguir lo que era.
Simplemente se veía como algo parecido a una sombra, en realidad no me
importaba, era presa del pánico. Me tiré de la cama hacia el interruptor
de la luz, creyendo que alguien estaba en mi cuarto y se estaba
preparando para hacerme daño.
Nada. No había nadie en mi cuarto. Dejé
escapar un leve suspiro y luego caminé lentamente hacia la sala. Una vez
que llegué al final del pasillo, prácticamente me abalancé contra el
interruptor para encender la luz. De nuevo, nada. La cocina seguía, y,
de nuevo, ¡nada!
Estaba comenzando a creer que lo había
soñado todo cuando iba a apagar el interruptor de la luz de la cocina,
pero me detuve. Soy un adulto, pero tenía miedo de apagar el
interruptor. Y lo voy a admitir, esa noche dormí con todas las luces de
la casa encendidas.
Ése fue un error.
Cuando desperté a la mañana siguiente,
todas las luces estaban apagadas de nuevo. Quise levantarme de la cama, y
di un quejido porque me sentía adolorido. Aparté las sábanas para
descubrir largas marcas rojas a lo largo de mis piernas y brazos.
Parecía como que si algo me hubiese aruñado mientras dormía. Eso me
horrorizó, pero no tanto como cuando vi lo que había pasado.
Cada luz que dejé encendida estaba rota.
Cada bombilla que estaba encendida la noche anterior estaba hecha
añicos, cada lámpara estaba caída y destrozada. Se me cortó la
respiración en tanto miraba alrededor. Algo terrible estaba sucediendo
ahí, y alguien intentó… bueno, me hizo algo mientras dormía. Pedí el día
libre en el trabajo e inmediatamente fui a reemplazar las bombillas.
No sabía qué hacer luego de eso.
Consideré irme de la casa, pero —y sé que probablemente sonará estúpido—
ésa era mi casa. Era la primera vez que vivía separado de mi familia y
ésa era mi casa. No me podía dar por vencido. Así que… me quedé.
Incluso cuando se puso peor.
Aunque estaba comenzando a tenerle pánico
a la oscuridad, no podía dormir con la luz de mi cuarto encendida.
Dejaba otras luces encendidas, como la del pasillo o la de la sala, que
iluminaban lo suficiente como para que pudiera ver bien en mi cuarto. Y,
casi todas los días, despertaba a la mitad de la noche por un gruñido o
el sonido de algo merodeando la sala, y luego las luces se apagaban. No
quería ir a ver. Me aterrorizaba la idea de compartir el mismo espacio
con lo que fuese que estuviera ahí. Así que me acurrucaba en mi cama y
rezaba para que nunca se acercara.
Una noche, luego de que esto estuviera
pasando por un tiempo, me harté. Compré una pistola y encendí cada luz
de la casa. Luego me senté en el medio de la sala con el arma en mi
regazo y un bate de béisbol a mi lado. Esperé. No pasó nada por mucho
tiempo, pero alrededor de las dos de la madrugada comencé a escucharlo.
Curiosamente, estaba detrás de mí. Me giré y eché un vistazo hacia mi
habitación, y pude escuchar ese familiar gruñido. Tragué saliva y tomé
la pistola con una mano y el bate con la otra, y lentamente empecé a
caminar para poder visualizar mejor mi cuarto. Cuando empezaba a ver la
cama, escuché un ruido sordo seguido de un rugido inhumano. Yo, siendo
el hombre valiente que era, di un salto hacia atrás y me alejé del
pasillo. Quería terminar con eso de una vez por todas, ¡pero por Dios
que no quería confrontar a esa cosa! Podía escuchar el sonido de mis
pertenencias siendo rasgadas y apaleadas, y no sé cómo fue que lo capté,
pero pude escuchar un leve clic. Y luego nada. Lentamente, volví a
echar un vistazo a mi cuarto desde el pasillo y la luz estaba apagada de
nuevo. Tomé aire y seguí caminando, con mis armas listas.
Al llegar a mi cuarto y encender el
interruptor de la luz, di un grito ahogado. Mi cama estaba completamente
arruinada, partida por la mitad. Fue como si un animal hubiera saltado
en ella y simplemente la hubiera hecho pedazos. Me acerqué para ver la
condición del resto de mi cuarto y sólo me quedé ahí pasmado por quién
sabe cuánto. No fue hasta que escuché el sonido del familiar gruñido que
me di la vuelta. Parado a un lado de mi puerta, junto al interruptor de
la luz, fue cuando finalmente lo vi.
Era un hombre, un hombre caucásico y
mugriento con un cuerpo sumamente lacerado, parecía que había sido el
juguete de un oso. Estaba demasiado sorprendido como para alzar mis
armas. Me miró fijamente sólo por un momento, y luego… apagó la luz.
Grité. Ni siquiera siento pena de admitirlo. Grité y salí corriendo, no
me importó que hubiera un… hombre… ahí parado. Pasé corriendo por donde
lo había visto, sacudiendo mi bate como un maniático. Casi rompo el
marco de la puerta en lo que corría hacia la seguridad de la luz del
pasillo. Luego de un momento me di la vuelta, a tiempo para verlo parado
de nuevo al lado del interruptor de la luz. Apagó la del pasillo
también. Para entonces, ya no quería enfrentarlo; quería estar a salvo.
Irrumpí en la sala y no me detuve hasta llegar a la claridad de la
cocina.
Escuché el ruido de gruñidos y rasguños
desde todas las direcciones y entonces supe que iba a regresar. Me giré,
para ver de nuevo el pútrido y magullado cadáver de un hombre bajar el
interruptor de la luz con su dedo roto, dejándome entre la terrorífica
oscuridad. Me precipité a la sala.
Ésa sería mi última parada. Tenía que
enfrentarlo ahí. Me fui acercando a la lámpara de la mesita que era mi
última línea de defensa. Esperé a que viniera a apagarla, pero… nunca lo
hizo. Miré alrededor y… silencio. Nada más que silencio. Entonces me
volteé a ver el brillo esperanzador de la lámpara que se rehusaba a
ceder. De un momento a otro me encontraba riendo, una risa frenética
pero vivaz, y pensaba que todo había terminado. Me acerqué todavía más y juro que casi abrazo a esa lámpara.
Hasta que lo oí. Primero escuché el
gruñido provenir no desde detrás de mí, sino desde enfrente. De la
lámpara. Mis ojos se agrandaron y me le quedé viendo mientras la luz se
intensificaba. Retrocedí y, no sé lo que pasó, pero creo que tropecé con
algo. Lo siguiente que recuerdo es que estaba de espaldas sobre el
suelo viendo esa luz brillante e intensa. Ya no era reconfortante; sólo
caliente y pesada y brillante… pensé que me iba a calcinar. Y entonces
sucedió.
No tengo palabras para describir lo que
surgió de la luz de esa lámpara. Era horrible, retorcido y lleno de ira.
Pero sé que nunca olvidaré sus ojos: brillantes, calientes, blancos…
dos círculos resplandecientes de malicia pura. Me odiaba. Odiaba todo
sobre mí; y no sólo a mí, nos odiaba a todos, a cada ser humano. E iba a
atacar a lo que tuviera enfrente. A mí. No sé cómo es que supe esto,
pero… lo supe. Se abalanzó contra mí y me preparé para una muerte
dolorosa.
CLIC.
La luz se apagó. Una vez más, oscuridad.
Me quedé en el suelo por varios minutos, permitiéndole a mis ojos
acostumbrarse sin despegar la mirada de donde estaba mi lámpara.
Conforme pasaban los segundos, empecé a distinguirlo. Ese cuerpo
magullado parado junto a la lámpara, con una mano en el interruptor
mientras me miraba.
Entonces lo comprendí. Comprendí lo que
significaba todo lo que había pasado. El hombre retiró su mano de la
lámpara y apuntó su dedo roto hacia ella, moviendo su cabeza de un lado a
otro. Sólo pude responder asintiendo.
No era él quien trataba de hacerme daño.
Todo ese tiempo, todas esas veces, él estaba tratando de protegerme. La
criatura sólo podía aparecer en la luz, y ese hombre había estado
tratando de mantenerme a salvo. No quería que nadie más repitiese sus
errores.
Me mudé ese mismo día y nunca miré atrás.
Lo que sea que fuese, estaba confinado a esa casa, y, hasta el día de
hoy, nada ha vuelto a surgir de ninguna fuente de luz. Sin embargo, esa
cosa siempre permanecerá grabada en mi mente. Cada noche en mi nuevo
apartamento tengo el hábito de recorrer los cuartos, cerciorándome de
que cada luz esté apagada, cada cortina cerrada, y me cubro de
silenciosa, reconfortante y absoluta oscuridad.